Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás: y tú no le amonestares, ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino, á fin de que viva, el impío morirá por su maldad, mas su sangre demandaré de tu mano.
Ezequiel 3:18 (RVA)
Me gustaría que nosotros miremos y comparemos el deber de Ezequiel para advertir a los impíos como una “atalaya a la casa de Israel.” En aquellos días, cuando los ejércitos extranjeros paseaban sin piedad a través de la tierra y llegaban sobre las ciudades con muros y sin muros y sin advertencia, el deber del atalaya era muy importante. Él tomaría su lugar en una torre elevada y velaría por el enemigo. Cuando él miraba acercarse, enviaría inmediatamente un mensaje urgente a la comunidad cercana.
Esta forma de hablar es muy claro! El deber del atalaya es advertir. El deber del pueblo es hacer caso a la advertencia. Así es con nosotros que hablamos por Dios. No podemos hacer que un pecador se arrepienta, sólo podemos advertirle del juicio que le espera a aquellos que insisten en vivir en rebelión a Dios.
Personas sin el Señor están perdidos.
Vayamos al Nuevo Testamento. Me gustaría añadir su contenido en este pasaje de Ezequiel, que le da un significado espiritual. La persona sin Cristo no sólo es un pecador, por cuanto todos están destituidos de la gloria de Dios, pero está perdido y condenado a una eternidad de castigo. Jesús habló a menudo del infierno y contó una historia de un hombre que fue allí, mientras que uno a quien conocía y maltrataba en la tierra se fue al cielo, el “Seno de Abraham” un símbolo judío y familiar. Jesús habló del infierno como un lugar donde el “...gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9:48). Juan lo vio como un lago de fuego.
Dios nos da el mandamiento a nosotros Como Cristianos en tomar esto en serio.
El discurso del Nuevo Testamento es que La Iglesia de Dios debe salir a testificar acerca de la obra de Cristo y de la necesidad de que la gente a arrepienta. Debemos tener la misma compasión que Jesús tenía cuando miraba a la gente y los miraba como ovejas que no tenían pastor. Hay dos cosas que sobresalen de Jesús acerca de la importancia de decir a otros acerca del Salvador. En un monte de Galilea, les dijo a un grupo “...doctrinad á todos...” concerniente su obra redentora (Mateo 28:19). En la montaña fuera de Jerusalén sólo un momento antes de ascender al cielo, Jesús le dijo a sus discípulos que iban a ser testigos de Él “...hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Estos dos incidentes ponen la responsabilidad sobre la Iglesia de Dios de la Biblia para advertir a otros del destino en el almacén para los que no quieren recibir el mensaje de la salvación. Nuestro trabajo es grande.
Al fallar es una cosa seria.
En los días de Ezequiel, el atalaya era culpable de la sangre si no advertía a la gente que venía peligro. El profeta dejó en claro que si el mensajero no advertirá al impío, Dios demandara su sangre de mano del atalaya. Este mismo principio se aplica a la Iglesia de Dios. Ser indiferente a las necesidades espirituales de nuestro prójimo y dejar de decirle la historia del evangelio es una cosa seria. En La Biblia no está muy claro hasta qué punto Dios iría al exigir la sangre de una persona perdida en nuestras manos, pero no debemos desear esta responsabilidad sobre nuestros hombros.
La Escritura en Ezequiel no enfatiza las recompensas, excepto para decir que el atalaya fiel habrá “...librado tu alma” (Ezequiel 3:19). Daniel hablo acerca de aquellos quienes “...enseñan á justicia la multitud,...” brillando “...como las estrellas á perpetua eternidad...” (Daniel 12:3). Yo creo que Dios aprueba a aquellos que buscan ser útiles para llevar a la gente a Cristo. Jesús habló del “pacificador” en el Sermón del Monte. dijo “...ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9).
Al tiempo que subraya la gravedad de no ser testigo, yo también debo destacar la alegría y el éxtasis que viene de ver a uno llevado a Cristo por nuestro propio esfuerzo florecer en un cristiano de plena madurez y volver más tarde para bendecirnos. Vamos a ser buenos atalayas, aceptar nuestra responsabilidad y dejar el premio a Dios.
Publicado originalmente en los números de mayo de 2013 de “Levántate Resplandece”.