El siguiente es un mensaje escrito por el obispo Jack C. Decker, pasado Supervisor Estatal, e impreso en el Mensajero Ala Blanca el 17 de Diciembre de 1977. Como nota al margen, el obispo Decker pasó a estar con el Señor después de guardar la fe el 21 de Septiembre de 1977. Había escrito este mensaje antes.
Allí estaba el regalo más grande. Ningún hombre había dado jamás a nadie un regalo más grande que éste. Los reyes de grandes naciones habían dado regalos equivalentes a la mitad de sus reinos; los multimillonarios habían dado regalos muy caros y lujosos, como hermosas casas, yates, automóviles y joyas preciosas, pero acostado en un pequeño pesebre, envuelto en pañales, yacía el regalo más grande jamás dado a los seres humanos.
El regalo fue entregado a la tierra de una manera muy inusual. Fue acompañado por uno de los ángeles escogidos de Dios y una gran hueste de seres celestiales. El ángel tenía un mensaje muy importante que entregar con respecto al regalo, y después de dar el mensaje, entonces la hueste celestial apareció para énfasis al anuncio diciendo en las lenguas de su distinguida audiencia: “Gloria en las alturas á Dios, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.” (Lucas 2:14).
Los humildes pero eufóricos pastores estaban de pie alrededor del pesebre mirando al pequeño Bebé indefenso con sentimientos encontrados y pensamientos confusos, preguntándose: "¿Es este realmente el Salvador de quien habló el ángel cuando dijo: ‘…os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor??” (Lucas 2:11).
También nosotros a veces parecemos tener sentimientos encontrados y pensamientos confusos acerca de este Don, pero hoy tenemos la misma seguridad que Dios le dio a Pedro cuando dijo: “Este es mi Hijo amado; a él oíd”.
Allí, en el pesebre, yacía el hermoso regalo enviado directamente por Dios a la tierra. Dios había dado a la humanidad a su Hijo Unigénito. Allí yacía, envuelto en pañales, la PALABRA DE DIOS. Había tomado la forma de un hombre. Ahora era un ser humano que vivía, respiraba y sentía. En el pesebre, entre sus frágiles barrotes de madera, yacía el Poder que había creado los árboles con los que se había construido y el suelo sobre el que se levantaba. Los bueyes y otras criaturas vivientes que estaban allí habían sido creados por la Palabra viviente de Dios, que había tomado la forma de un ser humano.
La humanidad se había alejado tanto de su Dios, y era tan malvada y perversa, que Dios estuvo dispuesto a ofrecerle un Redentor, un Salvador, una manera de escapar de su ira; y allí estaba, este Niño en el pesebre. Los pastores recibieron el mensaje de que allí, en ese pesebre, había alegría para el mundo y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres. ¿Cómo podrían surgir esa alegría, esa paz y esa buena voluntad?
Amigo, ¿estamos también nosotros tan desconcertados por este mensaje como probablemente lo estaban los pastores? Si es así, tal vez podamos encontrar nuestra respuesta en el mensaje del Señor a Nicodemo: “…que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer otra vez.” (Juan 3:5, 7).
Este maravilloso Don se recibe mediante un acto de fe. Primero, debemos reconocer que somos transgresores de las leyes de Dios; debemos arrepentirnos, confesar y arrepentirnos de nuestros pecados. Cuando le pedimos perdón, Él se alegra de hacerlo porque para eso nos dio a Su Hijo. Todo lo que tenemos que hacer es creer. Cuando lo hagamos, naceremos de nuevo y habremos aceptado ese Don Santísimo en nuestras vidas y seremos nuevas criaturas en Cristo Jesús.
A partir de ahora, si tan solo obedecemos a Dios y caminamos en toda la luz de Su Palabra, seremos perfeccionados y seremos como Él. Entonces seremos parte viva del gran Don al mundo y del mensaje dado a los pastores. “Mas el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.” (Lucas 2:10, 11).
Ese gran Don se ha transmitido de generación en generación hasta nuestros días. Al convertirte en un verdadero hijo de Dios, usted también puede dar el MEJOR REGALO.